Me llamo Galia, tengo veinticinco años y acabo de retomar mis estudios de ingeniería industrial tras dos años de parón. Vivo en un modesto piso con vistas al mar, en una ciudad no demasiado grande. Me mantienen la pensión de orfandad por la reciente defunción de mi padre y la sustanciosa suma que mi madre no ha dejado de enviar todos los meses desde que se marchó. Tengo muchos amigos varones, la mayoría de ellos en mi ciudad natal, como Juan, y a Víctor, un grandísimo apoyo y consejero, en la segunda ciudad donde viví.
Convivo y cuido del hombre al que quiero dedicarle mi futuro. Si algo he aprendido en esta vida es que la familia es la única constante a la que nos podemos aferrar, y son nuestros familiares las personas que vamos a tener cerca siempre. Por eso he decidido que me quiero dedicar a esta persona, porque ha sido olvidada sin merecerlo, sobre todo por mí. Hablo de Jaime, mi pequeño hermano de doce años. Él no ha podido, en todos estos años de mala suerte, desahogarse, a diferencia de su hermana. No ha tenido quien le llevara de la mano en su aprendizaje y crecimiento, y tampoco ningún apoyo afectivo.
Hoy sé que quiero su felicidad por encima de todo. Quiero enseñarle y hacer lo que hasta ahora ni tan siquiera había considerado: ser su hermana mayor.
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miércoles, 12 de octubre de 2011
domingo, 9 de octubre de 2011
#12: El final no es otro
Año y medio después las palabras de Víctor aún se repetían en mi cabeza, sobre todo cuando intentaba poner orden a los hechos. Él era médico residente, por lo que se enteraba de primera mano de todo lo que le podía pasar y pasaba al cuerpo enfermo de mi padre. Las noticias, para variar, no fueron nada buenas:
-Vuestro padre está en situación crítica. Van a tener que trasladarlo a un hospital más especializado o su vida correrá mucho peligro.
No lloré. No pude sentir demasiadas emociones propias cuando vi que Jaime dejaba caer la cuchara sobre el plato.
-Entonces, nos tenemos que mudar otra vez -estaba pálido, y hablaba con dificultad. -Lo importante es que papá se cure...
Sólo recuerdo que los tres nos abrazamos, y que, consecuentemente, mi joven hermano y yo nos mudamos a una ciudad más grande e importante, donde había un hospital más grande e importante en el que los médicos serían capaces de encontrar un tratamiento eficaz para mi progenitor. La mudanza acabó con mi año académico, ya que coincidió con la época de exámenes finales y no pude presentarme a ninguno ni estudiar en verano para recuperarlos. Víctor me ayudó en lo que pudo desde la distancia, y yo me encargué de buscar una casa provisional e ingresar a Jaime en un colegio cercano. Al regresar septiembre no pude repetir curso porque no había tenido tiempo suficiente para rellenar la matrícula por mucho que Víctor había insistido en que eso era una de mis más importantes prioridades.
Año y medio después las palabras de Víctor eran lo único que me consolaba, aunque su voz tuviera que llegar desde el auricular del teléfono. Las desgracias habían vuelto a pisar en nuestro terreno y mi padre, casi sin luchar, falleció. Falleció un hombre que siempre había sido perseguido por la mala gracia, por la desdicha amorosa y vital, un hombre duro, pero no fuerte.
Año y medio después de aquellas palabras de Víctor, Jaime y yo asistimos al entierro de nuestro padre. Jaime... fue el que peor lo llevó. Yo, que hasta entonces solo me había dedicado a buscar en el placer el desahogo de nuestro ennegrecido sino, no había tenido tiempo de prestarle atención a su crecimiento. ¡Ya tenía once años! Ya era hora de que alguien cuidara de él como se merecía, de que alguien se ocupara de él. Ya era hora de darle una vida bien encaminada.
En unos días: epílogo
-Vuestro padre está en situación crítica. Van a tener que trasladarlo a un hospital más especializado o su vida correrá mucho peligro.
No lloré. No pude sentir demasiadas emociones propias cuando vi que Jaime dejaba caer la cuchara sobre el plato.
-Entonces, nos tenemos que mudar otra vez -estaba pálido, y hablaba con dificultad. -Lo importante es que papá se cure...
Sólo recuerdo que los tres nos abrazamos, y que, consecuentemente, mi joven hermano y yo nos mudamos a una ciudad más grande e importante, donde había un hospital más grande e importante en el que los médicos serían capaces de encontrar un tratamiento eficaz para mi progenitor. La mudanza acabó con mi año académico, ya que coincidió con la época de exámenes finales y no pude presentarme a ninguno ni estudiar en verano para recuperarlos. Víctor me ayudó en lo que pudo desde la distancia, y yo me encargué de buscar una casa provisional e ingresar a Jaime en un colegio cercano. Al regresar septiembre no pude repetir curso porque no había tenido tiempo suficiente para rellenar la matrícula por mucho que Víctor había insistido en que eso era una de mis más importantes prioridades.
Año y medio después las palabras de Víctor eran lo único que me consolaba, aunque su voz tuviera que llegar desde el auricular del teléfono. Las desgracias habían vuelto a pisar en nuestro terreno y mi padre, casi sin luchar, falleció. Falleció un hombre que siempre había sido perseguido por la mala gracia, por la desdicha amorosa y vital, un hombre duro, pero no fuerte.
Año y medio después de aquellas palabras de Víctor, Jaime y yo asistimos al entierro de nuestro padre. Jaime... fue el que peor lo llevó. Yo, que hasta entonces solo me había dedicado a buscar en el placer el desahogo de nuestro ennegrecido sino, no había tenido tiempo de prestarle atención a su crecimiento. ¡Ya tenía once años! Ya era hora de que alguien cuidara de él como se merecía, de que alguien se ocupara de él. Ya era hora de darle una vida bien encaminada.
En unos días: epílogo
sábado, 24 de septiembre de 2011
#11: Otro menos
-¡Ya estoy en casa! -odiaba retrasarme cuando volvía de la facultad, pero intenté saludar del modo más normal posible.
-Hola, Galia.
-¿Víctor? ¿Qué haces en casa? ¿Vas a quedarte a comer? Qué bien, porque tengo cosas que contarte.
-Yo también. A tu hermano y a ti. Sentémonos a la mesa -Víctor estaba serio. Se fue hacia la cocina para ultimar los preparativos del almuerzo.
Cuando alcancé el umbral del comedor vi a mi hermano Jaime en frente de mí mirando la televisión, absorto. Apoyé el hombro en el marco de la puerta y lo observé unos segundos. ¡Qué mayor estaba ya! Calculé que ya tendría nueve años, y que el tiempo desde que nació había pasado demasiado rápido y con poco contacto entre nosotros. Víctor me susurró por detrás de la cabeza que tenía que apartarme si quería que terminase de poner la mesa. Unos minutos más tarde, ya estábamos sentados y comiendo.
-¿Qué era lo que me querías contar, Galia? -Víctor comenzó pronto la conversación. Yo le había advertido que prefería escuchar primero sus noticias, pero mi confesor en asuntos de amor y oyente oficial de todo lo que tenía que decir sobre Ángel quería escucharme a mí primero.
-Es sobre Ángel. Si he llegado un poco tarde ha sido porque hemos estado hablando mucho rato. No, no hemos hablado: hemos discutido. El caso es que él me ha hablado sobre sus sentimientos y sobre los míos, y no confía demasiado en lo que yo pueda sentir por él. Cree que lo utilizo. Por eso me ha propuesto que vivamos juntos. ¡Juntos! ¡Los dos! Él cree que así aumentaría la confianza entre nosotros y nos conoceríamos mejor.
Hice una pausa porque quería beber agua. Aún no había terminado de asimilar lo que Ángel me había propuesto. Lo único que sabía era que no podía aceptarlo. La mirada de Víctor decía que conocía mi respuesta. Y la de Jaime estaba hipnotizada en la pantalla del televisor: odiaba las historias sobre mis líos amorosos.
-¿Y tú qué le has dicho?
-Le he dicho que no. Víctor, no puedo.
-Ya sabía yo que lo vuestro no era amor verdadero precisamente.
-¡No es eso! Ángel pensaba lo mismo. Pero no, no es eso. ¿Tú has pensado en cómo están las cosas? Nuestro padre está muy enfermo y en el hospital. Y no puedo dejar a Jaime solo.
-¿No te ha propuesto que os llevéis también a Jaime?
-Sí. Pero yo no quiero eso para él. No se conocen. Sinceramente creo que tampoco estoy preparada para vivir con él. La estabilidad parece estar llegando por fin y no quiero un nuevo cambio ahora. Él ha manifestado que comprendía cada palabra que le he dicho, y no se ha enfadado. Pero me ha pedido que, si no soy capaz de confiar en él, dejemos la relación y seamos amigos. Ahora me siento repugnante e insignificante.
-Vuestra relación hacía tiempo que no existía. Solo estaba basada en la necesidad. El uno le daba al otro lo que necesitaba, pero no había amor o confianza -como de costumbre, Víctor supo muy bien elegir las palabras que mejor repararían mis heridas-. Ahora tengo yo que contaros una cosa. Jaime, atiéndeme.
Víctor apagó la televisión y comenzó.
-Hola, Galia.
-¿Víctor? ¿Qué haces en casa? ¿Vas a quedarte a comer? Qué bien, porque tengo cosas que contarte.
-Yo también. A tu hermano y a ti. Sentémonos a la mesa -Víctor estaba serio. Se fue hacia la cocina para ultimar los preparativos del almuerzo.
Cuando alcancé el umbral del comedor vi a mi hermano Jaime en frente de mí mirando la televisión, absorto. Apoyé el hombro en el marco de la puerta y lo observé unos segundos. ¡Qué mayor estaba ya! Calculé que ya tendría nueve años, y que el tiempo desde que nació había pasado demasiado rápido y con poco contacto entre nosotros. Víctor me susurró por detrás de la cabeza que tenía que apartarme si quería que terminase de poner la mesa. Unos minutos más tarde, ya estábamos sentados y comiendo.
-¿Qué era lo que me querías contar, Galia? -Víctor comenzó pronto la conversación. Yo le había advertido que prefería escuchar primero sus noticias, pero mi confesor en asuntos de amor y oyente oficial de todo lo que tenía que decir sobre Ángel quería escucharme a mí primero.
-Es sobre Ángel. Si he llegado un poco tarde ha sido porque hemos estado hablando mucho rato. No, no hemos hablado: hemos discutido. El caso es que él me ha hablado sobre sus sentimientos y sobre los míos, y no confía demasiado en lo que yo pueda sentir por él. Cree que lo utilizo. Por eso me ha propuesto que vivamos juntos. ¡Juntos! ¡Los dos! Él cree que así aumentaría la confianza entre nosotros y nos conoceríamos mejor.
Hice una pausa porque quería beber agua. Aún no había terminado de asimilar lo que Ángel me había propuesto. Lo único que sabía era que no podía aceptarlo. La mirada de Víctor decía que conocía mi respuesta. Y la de Jaime estaba hipnotizada en la pantalla del televisor: odiaba las historias sobre mis líos amorosos.
-¿Y tú qué le has dicho?
-Le he dicho que no. Víctor, no puedo.
-Ya sabía yo que lo vuestro no era amor verdadero precisamente.
-¡No es eso! Ángel pensaba lo mismo. Pero no, no es eso. ¿Tú has pensado en cómo están las cosas? Nuestro padre está muy enfermo y en el hospital. Y no puedo dejar a Jaime solo.
-¿No te ha propuesto que os llevéis también a Jaime?
-Sí. Pero yo no quiero eso para él. No se conocen. Sinceramente creo que tampoco estoy preparada para vivir con él. La estabilidad parece estar llegando por fin y no quiero un nuevo cambio ahora. Él ha manifestado que comprendía cada palabra que le he dicho, y no se ha enfadado. Pero me ha pedido que, si no soy capaz de confiar en él, dejemos la relación y seamos amigos. Ahora me siento repugnante e insignificante.
-Vuestra relación hacía tiempo que no existía. Solo estaba basada en la necesidad. El uno le daba al otro lo que necesitaba, pero no había amor o confianza -como de costumbre, Víctor supo muy bien elegir las palabras que mejor repararían mis heridas-. Ahora tengo yo que contaros una cosa. Jaime, atiéndeme.
Víctor apagó la televisión y comenzó.
martes, 20 de septiembre de 2011
#10: Otra rutina
Dos años después de habernos mudado las cosas iban mejor. Yo cursaba el cuarto curso de mi carrera y tenía una relación estable con Ángel, un tipo tímido aunque muy bueno en la cama. La casa que habíamos comprado era considerablemente más pequeña, y la limpieza la llevaba a cabo un chico, Víctor, algo mayor que yo que necesitaba pagarse sus estudios de medicina de alguna manera. Era un buen profesional, ya que contaba con una gruesa experiencia. Entonces fue cuando mi padre cayó gravemente enfermo. Sufría convulsiones constantes y tuvo un fuerte paro cardíaco. Cuando fue ingresado en el hospital también le descubrieron un pequeño tumor que amenazaba con extenderse por encima de uno de los riñones. Eso hizo que cambiara mucho la rutina de la familia: el pequeño Jaime estaba destrozado, pasé a ser la jefa de Víctor y Ángel se convirtió en mi más íntimo confidente. Él sabía escucharme y consolarme. Todas las noches, tras viajar de la casa a la facultad y de esta al hospital, hacía una escapada a su casa para verle y disfrutar de su compañía. Tras aconsejarme y aguantar todos mis lamentos, yo me desnudaba para darle su recompensa. Sus abatidas eran lo único que me relajaba tanto como para olvidar el sufrimiento del día.
jueves, 15 de septiembre de 2011
#9: Otros aires
Después de cancelar la boda mi padre decidió que debíamos mudarnos. Él necesitaba cambiar de aires para que todo dejara de recordarle a su ex-mujer y a su ex-empleada de hogar. Y por eso, de nuevo coincidiendo con el día de mi cumpleaños, aunque esta vez tres días antes, nos mudamos. Lejos, muy lejos, lejísimos de Juan. Lloré. Lloré casi como cuando se fue mi madre. La última noche Juan me hizo el amor para que dejara de sollozar, pero no pude. Él era mi amor, mi sueño, mi alegría. Él era mi vida. Juan y yo nos prometimos lealtad infinita. Hasta que ocho meses más tarde su falo decidió que ya había pasado demasiado tiempo, y empezó una nueva relación. Al menos mi amado, en alarde de su infinita perfección, me lo hizo saber enseguida suplicando mi perdón pero no mi vuelta. Finalmente decidimos que cada uno debía rehacer su vida otra vez.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
#8: Otras cosas
Desde que nos deshicimos de Constantina las cosas han sido difíciles. Pero hoy Pía no me deja que os lo cuente. Lo que quiere es que sea yo quien entregue los premios que acaba de recibir de Juan Ojeda, de Irina Écrivain, y de Las mejores cosas al amanecer. Ahí va el primero:
Mencionar 7 cosas que le gustan:
Leer novela negra
Los zapatos
Escuchar a Michael Jackson
El color rojo
Las curiosidades científicas
Cocinar
Nadar
Pasar el premio a 10 blogs (Pía me ha asegurado que ha intentado darlo a blogs a los que no haya premiado antes):
Le doy mil gracias a Juan y a Irina por haber tenido a Pía en cuenta. Yo no sé mucho de blogs, pero según me ha dicho, los suyos son muy buenos: el de Juan tiene algo así como una historia que va contada por capítulos, y la forma en que está escrita es de la predilección de mi creadora. El de Irina no lo conoce tanto pero yo, como soy curiosa, le he echado un ojo y es muy bonito y acogedor. ¡Visitadlos!
El otro premio que le han dado amablemente las chicas de LAS MEJORES COSAS AL AMANECER es:

Me he tomado la libertad de ser yo misma quien responda a la pregunta en vez de Pía:
Pues no, más que nada porque no creo en eso de que nuestras almas vayan al cielo tras morir este saco de huesos y tripas llamado cuerpo. Pero yo por Juan, Abel o Jaime daría cualquier cosa.
Los premiados:
La sonrisa de Hiperión
Soy una pequeña escritora
Son más que palabras
La frutilla paranoica
Art Arts love me
Be corta
Chocolate y Avellanas
El libro abierto
Hablando con mi sombra
Pez globo y lobo
Ya podéis visitar los 23 blogs de la entrada. ¡Hemos superado los 21 de la de Juan!
Pronto volveré para contaros más de la historia. ¡Saludos!
El otro premio que le han dado amablemente las chicas de LAS MEJORES COSAS AL AMANECER es:
Las reglas de este son:
- Hacer una entrada con el premio
- Responder a la pregunta: ¿Sacrificarías el cielo por una persona importante para ti?
- Dar el premio a diez blogs.

Me he tomado la libertad de ser yo misma quien responda a la pregunta en vez de Pía:
Pues no, más que nada porque no creo en eso de que nuestras almas vayan al cielo tras morir este saco de huesos y tripas llamado cuerpo. Pero yo por Juan, Abel o Jaime daría cualquier cosa.
Los premiados:
La sonrisa de Hiperión
Soy una pequeña escritora
Son más que palabras
La frutilla paranoica
Art Arts love me
Be corta
Chocolate y Avellanas
El libro abierto
Hablando con mi sombra
Pez globo y lobo
Ya podéis visitar los 23 blogs de la entrada. ¡Hemos superado los 21 de la de Juan!
Pronto volveré para contaros más de la historia. ¡Saludos!
lunes, 12 de septiembre de 2011
#7: Otra menos
Constantina, la amabilísima señora que organizaba nuestra casa, quiso que fuera éste de su propiedad cuando engatusó a mi padre para, tres divorciarse ella sin contarnos nada y desentenderse de sus hijos cediéndole su custodia a su marido (curiosamente este caso me es familiar...), quedar embarazada de un hombre adinerado y de gran posición social. Tan buena era que cuando la desdicha se abrió paso ya nadie quería acercarse a los desdichados más. Yo, por mi parte, y haciendo gala de mi bien conocido malestar hacia esos animales de "clase alta", los odié mucho más de lo que ellos podían sentir contra a mi padre. Ahora él, con orgullo de caballero varón, se comprometió y planeó una boda. Pero este Abel, de quien yo he heredado esa inteligencia de la que tanto presumo sin arrogancia, supo muy bien encontrar la hora de desprenderse de la malvada sanguijuela que todo se lo quería llevar. Seis meses después de conocer la noticia, mi padre encontró lleno de finos cojines el armario de la habitación que se había instalado para Constantina, ¡cojines! Los gritos de Abel debieron oírse a no menos de dos manzanas de nuestra casa cuando pidió explicaciones a Constantina.
-Lo siento... Abel, querido, aún podemos ser marido y mujer... Nos queremos.
-Eso creía yo: que me querías. Cojines... ¿Así que de esa manera disimulabas que no estabas embarazada? Y dime, ¿fuiste a comprar cojines de distintos tamaños con tu sueldo o con el mío?
Mi padre, cuya energía y fuerza habíamos heredado el pequeño Jaime y yo, la despachó casi a patadas. Y nunca volvimos a saber de ella.
-Lo siento... Abel, querido, aún podemos ser marido y mujer... Nos queremos.
-Eso creía yo: que me querías. Cojines... ¿Así que de esa manera disimulabas que no estabas embarazada? Y dime, ¿fuiste a comprar cojines de distintos tamaños con tu sueldo o con el mío?
Mi padre, cuya energía y fuerza habíamos heredado el pequeño Jaime y yo, la despachó casi a patadas. Y nunca volvimos a saber de ella.
jueves, 8 de septiembre de 2011
#6: Otros hombres
El verano en que acabé el primer curso de la carrera, con
todo aprobado y buenas notas, estaba siendo el mejor con diferencia. Y es que
en una carrera tan falta de féminas los chicos vagaban a la caza y captura de
la chica guapa e inteligente. Aunque de lo primero no presumo demasiado, de
lo segundo tengo hasta de sobra, así que ese año conocí la anatomía masculina
al completo.
El primero en entrar en mi vida fue Marcos. Un buen chico. Y con eso queda del todo definido. Él me enseñó que los chicos pueden llegar a desvivirse con tal de palpar un seno femenino, ¡o los dos! Pero ahora bien, los míos no llegó ni a verlos de cerca.
El segundo que me hizo experimentar fue David. Rubio, guapísimo y muy inteligente. Él sí que sabía cómo tratar a una mujer. Provenía, como yo, de familia adinerada, y no tardé mucho en darme cuenta del niño consentido que era. Así que, aunque llegamos a achucharnos en ropa interior, nuestra relación no duró lo suficiente como para hacer más intimidad. Ahora es un buen amigo. Pero para buenos amigos está Cecilio, pelo largo y castaño; y hippie. Él me enseñó a conquistar a un varón, más aún de lo que ya sabía. Y me presentó a Juan, un sueño. Con él tuve mi más larga relación hasta entonces. En su lecho podían encontrarme cualquier día de ese verano, cualquiera, pues allí los pasé todos. Y, sin entrar en detalles, sabed que fue lo mejor de mi vida sexual. Y personal, pues Juan era dulce, amable, generoso, gracioso, simpático, astuto, y puedo seguir, pero ya deduciréis lo enamorada de él que estaba. Sin embargo, había algo entre sábanas que ignoraba. Mientras Juan y yo pasábamos las tardes haciendo el amor en su cama, jacuzzi, piscina o ducha, en mi casa ocurría exactamente lo mismo. Abel y Constantina eran más que jefe y empleada de hogar. Abel, mi padre, tuvo que pedirle matrimonio cuando la dejó encinta.
El primero en entrar en mi vida fue Marcos. Un buen chico. Y con eso queda del todo definido. Él me enseñó que los chicos pueden llegar a desvivirse con tal de palpar un seno femenino, ¡o los dos! Pero ahora bien, los míos no llegó ni a verlos de cerca.
El segundo que me hizo experimentar fue David. Rubio, guapísimo y muy inteligente. Él sí que sabía cómo tratar a una mujer. Provenía, como yo, de familia adinerada, y no tardé mucho en darme cuenta del niño consentido que era. Así que, aunque llegamos a achucharnos en ropa interior, nuestra relación no duró lo suficiente como para hacer más intimidad. Ahora es un buen amigo. Pero para buenos amigos está Cecilio, pelo largo y castaño; y hippie. Él me enseñó a conquistar a un varón, más aún de lo que ya sabía. Y me presentó a Juan, un sueño. Con él tuve mi más larga relación hasta entonces. En su lecho podían encontrarme cualquier día de ese verano, cualquiera, pues allí los pasé todos. Y, sin entrar en detalles, sabed que fue lo mejor de mi vida sexual. Y personal, pues Juan era dulce, amable, generoso, gracioso, simpático, astuto, y puedo seguir, pero ya deduciréis lo enamorada de él que estaba. Sin embargo, había algo entre sábanas que ignoraba. Mientras Juan y yo pasábamos las tardes haciendo el amor en su cama, jacuzzi, piscina o ducha, en mi casa ocurría exactamente lo mismo. Abel y Constantina eran más que jefe y empleada de hogar. Abel, mi padre, tuvo que pedirle matrimonio cuando la dejó encinta.
lunes, 5 de septiembre de 2011
#5: Otra manera
Así fue como me aventuré a estudiar la ingeniería. Por las mañanas iba a clases. Cuando llegaba a casa comía las auténticas bazofias que mi padre estaba aprendiendo a cocinar. Y por las tardes, estudiaba. Con el tiempo ampliamos el contrato de Constantina, la señora de la limpieza, para que también cocinara. Pero más que eso le tocó desempeñar el papel de ama de casa al completo. Empezó a venir a casa a las ocho y media de la mañana, cuando mi padre y yo partíamos a la facultad. Se encargaba de que mi hermano fuera al colegio bien vestido y con un bocadillo bien cargado. Lo llevaba caminando de la mano y lo recogía a la hora de comer. Nos preparaba guisos deliciosos y la casa siempre estaba impecable. Tras almorzar, cosa que hacía con nosotros y no con sus hijos y marido, la ayudaba un poco a fregar y después charlábamos un buen rato en la amplísima sala de estar. Cuando los relojes advertían que habían dado las cuatro y media, yo me apartaba a estudiar y ella y mi padre pasaban juntos largo rato hasta que Constantina se iba a ocuparse de su casa. Porque, aunque nosotros lo ignorásemos, ella tenía otra familia.
jueves, 1 de septiembre de 2011
#4: Otro futuro
Mi hermano se llamaba Jaime. Era el bebé más hermoso que
jamás había venido al mundo. Cuando creció un poco mis padres ya estaban del
todo agotados: una adolescente (mi yo), un semi-neonato y ellos entrados en los
cuarenta. Suerte que mi progenitor fuese catedrático y mi progenitora jefe de laboratorio,
pues los ingresos familiares siempre fueron elevados, aunque de poco sirvió a mi madre para encontrar su felicidad.
Mi madre murió el día después de mi decimoctavo cumpleaños.
No murió, pero para mí sí lo hizo. No se la llevó la muerte, pero sí los
lujuriosos deseos de lujuria, a las bellas playas de alguna costa perdida en la
nada del océano atlántico, donde había sido solicitada, meses antes, para
ejercer como jefe suprema de la planta de explotación minera de un volcán. ¿Qué
podía tener aquello de malo? Pensaréis, ingenuos. Pues mucho, muchísimo. Pero
no aquello: ella.
-Ya eres mayor de edad, Galia. Tu padre y yo ya no somos
felices juntos. Espero que lo entiendas.
-¿Qué entienda el qué? ¿Que te vas?
-Es por un futuro mejor.
-Mejor para ti.
-Para todos, hija.
-¡Y una mierda! ¿Entonces por qué no nos llevas a todos
contigo a ese paraíso?
Y así es como nos dejó para vivir su vida. Para revivir su
juventud con hombres jóvenes y como la adinerada reina occidental en medio de
una isla llena de pobres.
Así quedó nuestra familia: mi padre solo y con el corazón
roto; mi hermano, sin madre y con cinco primaveras bajo el brazo; y yo, a mis
dieciocho, también sin madre.
sábado, 27 de agosto de 2011
#3: Otro hijo
Mi madre se llamaba Serafina y mi padre era Abel. Se habían conocido en las jornadas literarias de la facultad de ciencias. Él, estudiante de matemáticas; ella, de geología. Caracteres muy diferentes, no os lo negaré, pero en ilusión y alegría similares. No tardaron demasiado en casarse. Su primera hija, yo, vino al mundo siendo ellos aún muy jóvenes. Y el segundo y último vino en ese pacífico momento en que su única hija tenía edad suficiente como para cuidar de sí misma, como para permitir que los progenitores disfruten algo más de la vida, de su compañía y, ¿por qué no? del sexo. Y este último placer fue el que les fue a traer lo contrario a lo que mis trece años significaban para ellos. Lo que les llevó a atarse de nuevo a otra vida. A no ser, como querían, de nuevo libres.
jueves, 25 de agosto de 2011
#2: Otras yo
Mi nombre es Galia, estudio ingeniería industrial y he encontrado la forma en que quiero vivir el resto de mis días, o al menos, hasta que me separen de él. Pero empezaré por el principio. Cuando hube cumplido mis ingenuamente maduros dieciocho años quise encaminarme en los estudios de esta ingeniería con el fin de llegar a ser una importantísima jefa de una de las fábricas de alguna gran multinacional, casada, con tres hijos adorables y un sueldo ancho. Pobre, esa yo, llena de ilusiones, ¡cargada! Más bien inconsciente. Pues lo peor se había estado gestando meses atrás de mi cumpleaños. Y en dicha fecha hubo de desatarse la desgracia. ¡La desgracia!
martes, 23 de agosto de 2011
#1: Otros porvenires
A donde el viento quisiera llevarme. Allí me dirigía, cuando aún podía. Otros tiempos corren, otros que vuelan y que pasan sin dejarnos, siquiera, estrecharles la mano. Y mientras no sepas de dónde vienes no sabrás hacia donde vas, o hacia dónde quieres ir. Y yo, ilusa mi yo, creía que lo sabía hasta que supe que erraba. ¿Duros pensamientos para alguien tan joven? ¿Y qué, si solo cuento con cinco lustros? Ahora sé lo que quiero de mi porvenir. Y sé con quién: con el hombre de mi vida, a quien me ha costado encontrar, pero que, como todo en esta vida, apareció sin que yo me diese cuenta. Os invito a conocer la historia que me indujo a pensar que él es el hombre con quien compartiré mis andanzas a partir de hoy, ¿estáis dispuestos?
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