lunes, 31 de octubre de 2011

Sensaciones fuertes

Son como reír, llorar o ver una película de terror.
Son como saltar de un árbol o dejar que el viento me revuelva el pelo.
Como correr, bailar o gritar.
Me hacen libre:
esas niñas, a las que llamo
amigas.

viernes, 28 de octubre de 2011

Dieciocho

Desde hoy, soy mayor de edad.

Sobra toda
palabra;
pues es solo una
cifra.

domingo, 16 de octubre de 2011

Llora conmigo

-Pero... ¿Estás seguro de lo que ella siente?
-¿Cómo voy a estarlo? -La desesperación de sus pupilas llevó a Benito a esconder la cara entre las manos.
-Te lo voy a preguntar solo una vez: ¿tú la quieres?
La castaña mirada de Deuteria se había fijado en el rostro de su indeciso compañero. Él pareció sentirla, ya que enseguida alzó la barbilla.
-Mucho...
Benito ahogó su breve respuesta entre sollozos. No estaba seguro de que la que le aseguraba ser su novia lo quisiera, al menos, lo suficiente como para respetarle.
-Ven aquí.
Deuteria lo estrechó en su pecho con determinación, transmitiéndole el apoyo y el afecto que le debía. Benito la achuchó con fuerza y mojó su regazo de dolor. Mostró por vez primera sus lágrimas a su incondicional amiga, en cuyo abrazo encontró el calor que tanto añoraban sus músculos.
-No te merece, Benito...

Al cielo le dio tiempo a cambiar su tapiz desde los tonos rojizos que habían decorado la conversación hasta la oscuridad de una noche fresca antes de que Deuteria dejara a su amigo desprenderse de sus brazos. Benito la miró entonces de frente con una sonrisa tímida que consiguió trasladar a sus labios.
-Déjame invitarte a tomar algo.
-Te dejo.
Y juntos se desplazaron del banco que aquella tarde había presenciado cómo dos personas de sexo distinto, unidas por el amor, pueden ser solo amigos.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Epílogo: El hombre de mi vida

Me llamo Galia, tengo veinticinco años y acabo de retomar mis estudios de ingeniería industrial tras dos años de parón. Vivo en un modesto piso con vistas al mar, en una ciudad no demasiado grande. Me mantienen la pensión de orfandad por la reciente defunción de mi padre y la sustanciosa suma que mi madre no ha dejado de enviar todos los meses desde que se marchó. Tengo muchos amigos varones, la mayoría de ellos en mi ciudad natal, como Juan, y a Víctor, un grandísimo apoyo y consejero, en la segunda ciudad donde viví.
Convivo y cuido del hombre al que quiero dedicarle mi futuro. Si algo he aprendido en esta vida es que la familia es la única constante a la que nos podemos aferrar, y son nuestros familiares las personas que vamos a tener cerca siempre. Por eso he decidido que me quiero dedicar a esta persona, porque ha sido olvidada sin merecerlo, sobre todo por mí. Hablo de Jaime, mi pequeño hermano de doce años. Él no ha podido, en todos estos años de mala suerte, desahogarse, a diferencia de su hermana. No ha tenido quien le llevara de la mano en su aprendizaje y crecimiento, y tampoco ningún apoyo afectivo.
Hoy sé que quiero su felicidad por encima de todo. Quiero enseñarle y hacer lo que hasta ahora ni tan siquiera había considerado: ser su hermana mayor.

domingo, 9 de octubre de 2011

#12: El final no es otro

Año y medio después las palabras de Víctor aún se repetían en mi cabeza, sobre todo cuando intentaba poner orden a los hechos. Él era médico residente, por lo que se enteraba de primera mano de todo lo que le podía pasar y pasaba al cuerpo enfermo de mi padre. Las noticias, para variar, no fueron nada buenas:
-Vuestro padre está en situación crítica. Van a tener que trasladarlo a un hospital más especializado o su vida correrá mucho peligro.
No lloré. No pude sentir demasiadas emociones propias cuando vi que Jaime dejaba caer la cuchara sobre el plato.
-Entonces, nos tenemos que mudar otra vez -estaba pálido, y hablaba con dificultad. -Lo importante es que papá se cure...
Sólo recuerdo que los tres nos abrazamos, y que, consecuentemente, mi joven hermano y yo nos mudamos a una ciudad más grande e importante, donde había un hospital más grande e importante en el que los médicos serían capaces de encontrar un tratamiento eficaz para mi progenitor. La mudanza acabó con mi año académico, ya que coincidió con la época de exámenes finales y no pude presentarme a ninguno ni estudiar en verano para recuperarlos. Víctor me ayudó en lo que pudo desde la distancia, y yo me encargué de buscar una casa provisional e ingresar a Jaime en un colegio cercano. Al regresar septiembre no pude repetir curso porque no había tenido tiempo suficiente para rellenar la matrícula por mucho que Víctor había insistido en que eso era una de mis más importantes prioridades.
Año y medio después las palabras de Víctor eran lo único que me consolaba, aunque su voz tuviera que llegar desde el auricular del teléfono. Las desgracias habían vuelto a pisar en nuestro terreno y mi padre, casi sin luchar, falleció. Falleció un hombre que siempre había sido perseguido por la mala gracia, por la desdicha amorosa y vital, un hombre duro, pero no fuerte.
Año y medio después de aquellas palabras de Víctor, Jaime y yo asistimos al entierro de nuestro padre. Jaime... fue el que peor lo llevó. Yo, que hasta entonces solo me había dedicado a buscar en el placer el desahogo de nuestro ennegrecido sino, no había tenido tiempo de prestarle atención a su crecimiento. ¡Ya tenía once años! Ya era hora de que alguien cuidara de él como se merecía, de que alguien se ocupara de él. Ya era hora de darle una vida bien encaminada.

En unos días: epílogo