"Esto ha tenido que ser idea de José...", pensaba Andrés mientras Luna apoyaba la cabeza sobre la muñeca, colocando el codo sobre la mesa. Esa sonrisa que portaba ella era lo que a Andrés le había hechizado cuando la conoció. Y ahora estaba tan atónito de que ella estuviese allí que no sabía cómo romper el hielo.
-Andrés, antes de que digas nada quiero serte sincera: te he echado mucho de menos. He dejado de ir a los lugares que frecuentábamos tú y yo porque no podía soportar el dejar de verte cada tarde. No he sabido nada de ti excepto las pocas actualizaciones que has hecho en internet de tu perfil. Sé que rompiste con Ana, y que no has vuelto a salir con ninguna chica. Y estoy muy contenta de que te hayas acordado de mí y quisieras verme. Pero explícame una cosa: ¿por qué has dejado que pasara tanto tiempo?
A Andrés le daban vueltas la cabeza y el estómago. Eran demasiadas palabras las que tenía que asimilar. ¿Desde cuándo él "se había acordado de ella y quería verla"?. Solo una persona que conocía podía ser la culpable de su dolor de cabeza: José, siempre metiendo la pata.
-Luna, ¿te ha invitado José a venir aquí, no?
A Luna se le descompuso el rostro y la sonrisa. Parecía que el amargo gesto de la cara de Andrés se estaba reflejando en la suya.
-Sí, ¿es que no lo sabías?
-Mira, Luna. Todo lo que me has contado está muy bien. Pero si no te he llamado, ¿no crees que he tenido alguna razón para no hacerlo?
-Andrés yo te quería, y creía que tú a mí también -los ojos de Luna enrojecieron y las lágrimas brotaron de ellos sin mesura-. ¿Cómo puedes decirme estas cosas? Cuando José me ha dicho que viniera a veros, me he sentido la chica más feliz y afortunada del mundo solo porque tú te habías acordado de mí, y me he dado cuenta de que te seguía queriendo. Incluso imaginé un montón de besos como aquel que con tanto amor me diste. ¿No significó eso para ti tanto como para mí? ¿No estabas tú también enamorado?
-Creo que no me conoces en absoluto. Yo no me enamoro de nadie. Y ahora, si me disculpas, voy a los servicios a vomitar por todo ese asqueroso romanticismo.
Andrés se levantó de su asiento con frialdad, y se dirigió a los aseos con paso firme. Luna no podía dejar de llorar y en absoluto pensaba que aquello estaba pasando realmente. ¿Y ese era el final que les esperaba? José llegó a la mesa con un té en una mano y un plato con pastelitos en la otra. Luna se levantaba y se dispuso a marcharse. Él la cogió del brazo y le dijo:
-No merece tus lágrimas.
Luna le miró unos instantes, y después se marchó muy rápido de allí. Avergonzada, sentía que solo había perdido el tiempo pensando que podía haber habido algo precioso con un chico tan diferente de ella. Corrió y se refugió entre lágrimas detrás de un arbusto, en el parque de al lado de la cafetería que acababa de abandonar.
Mientras tanto, José esperaba de pie al lado de la mesa a que Andrés volviera del lavabo. Tenía algo muy importante que decirle. Andrés, en cambio, no podía hacer otra cosa que mirarse en el espejo y no reconocer a quien estaba mirando. ¿Qué acababa de hacer? Había desaprovechado la única oportunidad de su vida para vivir el amor que tanto había anhelado en las chicas con las que frecuentaba salir. Luna había sido su primer amor, y la había querido como a nadie. No entendía por qué había hecho eso tan horrible sobre la mejor persona que había conocido. Quizás por esa incapacidad suya de mostrar sus sentimientos, quizás por no haber sabido afrontar una situación tan nueva como lo era el amor en su vida. Solo el recordar los ojos de Luna bañados en lágrimas, le hacía no poder parar de llorar. Escondió su rostro entre sus manos, mirarse solo podía darle asco. Cuando levantó la cabeza vio que José estaba detrás de él, mirándole muy seriamente.
-Me has decepcionado muchísimo Andrés. Te he dado la oportunidad de tu vida para que demostrases lo que vales, y que realmente eres capaz de ser tú mismo como lo eras con ella. Jamás conocerás a nadie igual.
-¡Lo sé! ¡Vete! ¡Déjame en paz!
Andrés solo gritaba y lloraba sumido en la peor de las desgracias que le habían ocurrido.
-¡Sal! ¡Ve a buscarla! ¡Enséñale tus lágrimas y dile que la quieres!
-No puedo hacer eso, y lo sabes.
-No merece la pena seguir mirándote a la cara, eres despreciable. Haces llorar a la única chica que has amado y te da igual. No eres lo suficientemente hombre como para correr detrás de ella y vivir juntos la mejor historia de amor de tu vida. Me das asco.
Andrés sacó del bolsillo la navaja que solía llevar encima y se abalanzó con fuerza sobre José.
-Pégame. Mata a la única conciencia que te ha puesto los pies en la tierra. Destrúyeme y serás libre, como siempre quisiste.
Andrés no tocó ni un ápice del cuerpo de su mejor amigo. Tiró la navaja al suelo y cayó llorando sobre sus brazos.
-Soy una mierda. Soy una mierda...
Era lo único que no podía parar de repetir.
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