sábado, 26 de noviembre de 2011

Confusa

Sus manos estaban frías, y no comprendía cómo, o porqué, ya que su cuerpo estaba muy caliente, o quizás frío, como sus pensamientos.
Hacía rato que había perdido la concepción del tiempo, o que llevaba contados siete minutos, u ocho. Intentó blanquear por completo su pensamiento, momento justo en que él se revolvió en el lecho que los sostenía, para colocarse sobre ella. Ahora no lo sintió tan cálido como minutos antes, o como cuando, horas antes, había estrechado sus manos en su pecho para calentarlas. En definitiva, ese detalle había sido el precursor de aquella locura.
Sus manos seguían estando frías. Él continuaba colocándose sobre ella, ¿se había quedado con ganas de más? Ella no pero, para cuando su helada mirada pudo encontrar los ojos de aquella bestia, él ya estaba dentro de ella, agitándose.
-¿Qué tipo de lujuria es esta? -recordaba haberle preguntado en ese instante al animal que allanaba sus entrañas.- Creía que ibas a darme calor.
Ya no sabía si lo había llegado a decir, o si lo había dicho tan bajo que él, tan concentrado, no había llegado a oírla. Ya no sabía, tampoco, qué hacía allí, yaciendo en una cama bajo tan profunda sumisión hacia el que, horas antes, la había conquistado en la barra de un pub de segunda categoría.
-Yo no soy de esas. -Y esta vez sus susurro llegó al oído de su improvisado amante que, impasible, prosiguió con sus movimientos.
Se preguntó qué sentía. Se preguntó qué había sentido cuando se había dejado desnudar por primera vez, y besar, y acariciar por un desconocido. Se preguntó qué dirían sus amigas si les contaba que ya no era casta, que el atractivo hombre que se la había llevado consigo en un coche negro la había metido en su cama.
Ya no quería preguntarse más qué había sentido. Solo creía saber que no le había gustado. También sabía que ya no podía perder la virginidad con un novio que la amaba o que también la perdía junto a ella, como siempre había soñado. Concluyó que la primera vez estaba sobrevalorada, y que el amor y la carne a veces se soltaban de la mano. Ya habían acabado los mitos. Ya podía, libre, tener sexo con quien quisiera y cuando quisiera.
"Yo no soy así". Pensó. Pero no dejó que se escapara de sus labios. Dejó de preguntarse qué estaba haciendo con su vida.
Sus manos, que yacían casi tan gélidas como su mirada humedecida, rodearon el torso de su acompañante, cuyos gemidos empezaban a sonar más fuerte.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Bossa nova

-¿La oyes?
-¡Sí! Ya sí.
-Tiene un baile un poco peculiar... ¡Mi hermana pequeña me lo ha enseñado! -se entusiasmaron sonrientes sus ojos, tan azules.
-¿Puedo verlo? Aún no ha llegado nadie más: estamos solas -mi sonrisa era su cómplice.
-¡Claro!
Catalina bailaba, graciosa, y yo no podía sino sonreír, mirarla y pensar... Pensar por qué había tardado tanto en descubrirla, y en qué haría a partir de ahora si algún día me faltasen sus palabras.

 

viernes, 11 de noviembre de 2011

Despierto a la mañana

El autobús despierta. Arranca y ronca su run-run. Tres ronquidos rompen el relajado estado de ensoñación que solo la mañana es capaz de regalarme.
Un colegial se despereza, mochila al dorso, compañero al lado, camino de la escuela que les verá, juntos, crecer.
Los párpados se caen de la señora que casi los abre, la que madruga, como este autobús y esta mañana.
El somnoliento caminar no es solo de ese hombre al que cedo mi asiento. Al levantarme, los cristales me enseñan el despertar de aquella joven de zapatillas verdes, de la anciana que luce temprano su madurada vejez digna, y de los trajeados señores, maletín en mano y zapato abrillantado. A todos nos trata por igual, esta mañana, que no se quiere despertar.
Mi reflejo me mira desde la ventana de este autobús que, aunque tímidamente iluminado por el sol que asoma, nocturno pareciera; pues cansado está, y aún casi duerme. Y bosteza. Y bostezo.