Mamá,
Aunque no estés aquí y nunca te haya conocido, quiero que sean para ti mis últimas plegarias. Siempre fui engañado y se me dijo que habías muerto por un accidente de coche que tuviste. Ahora sé que nunca has sabido conducir. Ahora puedo saber cómo te sentiste, aunque lo que no puedo experimentar es que murieras cuando tu hijo solo tenía tres meses y medio de vida. Te preguntarás desde el más allá a qué me estoy refiriendo, aunque probablemente ya lo habrás adivinado: estoy enfermo. Al igual que te paso a ti veintidós años atrás, los médicos no han sabido con certeza diagnosticar mi enfermedad. Sé que voy a morir, pero jamás sabré la razón, menuda paradoja. Papá está muy mal, está destrozado, pero no me ha dicho que me voy a morir. Los médicos tampoco lo han hecho. Siento que me voy a morir, y por eso lo sé, porque cuando uno se va a morir, lo sabe. Ninguna de mis hermanas nació con esta enfermedad, solo yo, el menor, y me llena el corazón de alegría el saber que ella podrán disfrutar de una vida completamente sana. No debes sentirte culpable, solo Dios sabe qué grandes pecados he debido hacer para merecer este martirio. Lo único por lo que no puedo parar de llorar es por Paula. Es mi hija. Aún no ha nacido pero mi mujer la gesta en su vientre desde hace seis meses. Y no la voy a conocer. Y probablemente le haya transmitido este mal que va a acabar conmigo en pocos días. Ya no quiero pedir a Dios que me salve de morir con tantos proyectos por realizar, con tantos sueños por cumplir, con tanta vida por vivir, solo quiero que Paula viva muchos años.
En el fondo sé, que aunque haya tenido que ser en la muerte, me voy a alegrar muchísimo de conocerte.
Aunque no estés aquí y nunca te haya conocido, quiero que sean para ti mis últimas plegarias. Siempre fui engañado y se me dijo que habías muerto por un accidente de coche que tuviste. Ahora sé que nunca has sabido conducir. Ahora puedo saber cómo te sentiste, aunque lo que no puedo experimentar es que murieras cuando tu hijo solo tenía tres meses y medio de vida. Te preguntarás desde el más allá a qué me estoy refiriendo, aunque probablemente ya lo habrás adivinado: estoy enfermo. Al igual que te paso a ti veintidós años atrás, los médicos no han sabido con certeza diagnosticar mi enfermedad. Sé que voy a morir, pero jamás sabré la razón, menuda paradoja. Papá está muy mal, está destrozado, pero no me ha dicho que me voy a morir. Los médicos tampoco lo han hecho. Siento que me voy a morir, y por eso lo sé, porque cuando uno se va a morir, lo sabe. Ninguna de mis hermanas nació con esta enfermedad, solo yo, el menor, y me llena el corazón de alegría el saber que ella podrán disfrutar de una vida completamente sana. No debes sentirte culpable, solo Dios sabe qué grandes pecados he debido hacer para merecer este martirio. Lo único por lo que no puedo parar de llorar es por Paula. Es mi hija. Aún no ha nacido pero mi mujer la gesta en su vientre desde hace seis meses. Y no la voy a conocer. Y probablemente le haya transmitido este mal que va a acabar conmigo en pocos días. Ya no quiero pedir a Dios que me salve de morir con tantos proyectos por realizar, con tantos sueños por cumplir, con tanta vida por vivir, solo quiero que Paula viva muchos años.
En el fondo sé, que aunque haya tenido que ser en la muerte, me voy a alegrar muchísimo de conocerte.
Hoy es el día mundial de las enfermedades raras.