Fue en el momento en que escuché esa melodía cuando me di cuenta de que nada iba a tener sentido si no le decía allí mismo lo mucho que la quería. Ella solo abrió mucho los ojos y me hizo una pregunta:
-¿A qué
melodía te refieres?
El desconcierto duró poco, pues, cada vez que la miro, de sus ojos parecen brotar pétalos de alegría cuyas raíces hacen cosquillas en mi estómago. Esa vez no fue diferente. Constaté entonces que bromeaba, y que solo me estaba dando permiso para besarla, abrazarla, y no dejar nunca que de sus labios dejaran brotar esas palabras que se me antojaban, simplemente,
música.