El verano en que acabé el primer curso de la carrera, con
todo aprobado y buenas notas, estaba siendo el mejor con diferencia. Y es que
en una carrera tan falta de féminas los chicos vagaban a la caza y captura de
la chica guapa e inteligente. Aunque de lo primero no presumo demasiado, de
lo segundo tengo hasta de sobra, así que ese año conocí la anatomía masculina
al completo.
El primero en entrar en mi vida fue Marcos. Un buen chico. Y
con eso queda del todo definido. Él me enseñó que los chicos pueden llegar a
desvivirse con tal de palpar un seno femenino, ¡o los dos! Pero ahora bien, los
míos no llegó ni a verlos de cerca.
El segundo que me hizo experimentar fue David. Rubio,
guapísimo y muy inteligente. Él sí que sabía cómo tratar a una mujer. Provenía,
como yo, de familia adinerada, y no tardé mucho en darme cuenta del niño
consentido que era. Así que, aunque llegamos a achucharnos en ropa interior,
nuestra relación no duró lo suficiente como para hacer más intimidad. Ahora es
un buen amigo. Pero para buenos amigos está Cecilio, pelo largo y castaño; y
hippie. Él me enseñó a conquistar a un varón, más aún de lo que ya sabía. Y me
presentó a Juan, un sueño. Con él tuve mi más larga relación hasta entonces.
En su lecho podían encontrarme cualquier día de ese verano, cualquiera, pues
allí los pasé todos. Y, sin entrar en detalles, sabed que fue lo mejor de mi
vida sexual. Y personal, pues Juan era dulce, amable, generoso, gracioso,
simpático, astuto, y puedo seguir, pero ya deduciréis lo enamorada de él que
estaba. Sin embargo, había algo entre sábanas que ignoraba. Mientras Juan y yo pasábamos
las tardes haciendo el amor en su cama, jacuzzi, piscina o ducha, en mi casa
ocurría exactamente lo mismo. Abel y Constantina eran más que jefe y empleada
de hogar. Abel, mi padre, tuvo que pedirle matrimonio cuando la dejó encinta.
jueves, 8 de septiembre de 2011
lunes, 5 de septiembre de 2011
#5: Otra manera
Así fue como me aventuré a estudiar la ingeniería. Por las mañanas iba a clases. Cuando llegaba a casa comía las auténticas bazofias que mi padre estaba aprendiendo a cocinar. Y por las tardes, estudiaba. Con el tiempo ampliamos el contrato de Constantina, la señora de la limpieza, para que también cocinara. Pero más que eso le tocó desempeñar el papel de ama de casa al completo. Empezó a venir a casa a las ocho y media de la mañana, cuando mi padre y yo partíamos a la facultad. Se encargaba de que mi hermano fuera al colegio bien vestido y con un bocadillo bien cargado. Lo llevaba caminando de la mano y lo recogía a la hora de comer. Nos preparaba guisos deliciosos y la casa siempre estaba impecable. Tras almorzar, cosa que hacía con nosotros y no con sus hijos y marido, la ayudaba un poco a fregar y después charlábamos un buen rato en la amplísima sala de estar. Cuando los relojes advertían que habían dado las cuatro y media, yo me apartaba a estudiar y ella y mi padre pasaban juntos largo rato hasta que Constantina se iba a ocuparse de su casa. Porque, aunque nosotros lo ignorásemos, ella tenía otra familia.
jueves, 1 de septiembre de 2011
#4: Otro futuro
Mi hermano se llamaba Jaime. Era el bebé más hermoso que
jamás había venido al mundo. Cuando creció un poco mis padres ya estaban del
todo agotados: una adolescente (mi yo), un semi-neonato y ellos entrados en los
cuarenta. Suerte que mi progenitor fuese catedrático y mi progenitora jefe de laboratorio,
pues los ingresos familiares siempre fueron elevados, aunque de poco sirvió a mi madre para encontrar su felicidad.
Mi madre murió el día después de mi decimoctavo cumpleaños.
No murió, pero para mí sí lo hizo. No se la llevó la muerte, pero sí los
lujuriosos deseos de lujuria, a las bellas playas de alguna costa perdida en la
nada del océano atlántico, donde había sido solicitada, meses antes, para
ejercer como jefe suprema de la planta de explotación minera de un volcán. ¿Qué
podía tener aquello de malo? Pensaréis, ingenuos. Pues mucho, muchísimo. Pero
no aquello: ella.
-Ya eres mayor de edad, Galia. Tu padre y yo ya no somos
felices juntos. Espero que lo entiendas.
-¿Qué entienda el qué? ¿Que te vas?
-Es por un futuro mejor.
-Mejor para ti.
-Para todos, hija.
-¡Y una mierda! ¿Entonces por qué no nos llevas a todos
contigo a ese paraíso?
Y así es como nos dejó para vivir su vida. Para revivir su
juventud con hombres jóvenes y como la adinerada reina occidental en medio de
una isla llena de pobres.
Así quedó nuestra familia: mi padre solo y con el corazón
roto; mi hermano, sin madre y con cinco primaveras bajo el brazo; y yo, a mis
dieciocho, también sin madre.
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